16 de noviembre de 2008

HEDOR A CLOACAS


Caía la tarde del pasado viernes cuando mis manos cerraban, tras haber disfrutado con su lectura, las duras pastas (no menos lo es su interior) del libro de Montero Glez que novela con ritmo canalla el atentado a Alfonso XIII el día de su boda.

Tenso y hábil en las maneras de contar el autor nos trasmite con increíble fuerza narrativa las negras y apestosas entrañas de ese perro putrefacto que son los servicios secretos de un Estado, por desgracia el nuestro.

Cafre y descarnado retrato, perfectamente dibujado, el de un teniente Beltrán magistralmente incrustado en el Madrid de su época: "A finales del siglo XIX el joven Beltrán se alistó en la Guardia Civil. Dónde iba a estar mejor si allí podía mentir, estafar, asesinar y encima por todo ello premiaban. Así que muy pronto se distinguió por sus ideas, malas como un dolor. Así se fue forjando la leyenda de el guardia civil modelo, ideado por el duque de Ahumada, fundador de un cuerpo que mantuvo durante años el hedor corrupto de la represión. Paso corto, vista larga y mala intención era su lema."

Pero como casi siempre las imposibles casualidades, tras la cena y sentado a la mesa de camilla, jugando con el mando a distancia de la televisión, pasando sin interés por un canal y otro, dejo una de las cadenas nacionales en una de sus interminables pausas publicitarias, me levanto y al volver a la mesa mi sorpresa: en la televisión están entrevistando a Luis Roldan, si el que fue director de la Guardia Civil con Felipe Glez, curioso. Como la macabra broma de ese Roskopf siempre atrasado, que más que retrasar regresa.

Y de fondo, en las tabernas de un Madrid que aún existe, los cantes de Torre y de Chacón, los carteles de toros en las paredes...y por supuesto los espejos. Lean "Pólvora Negra", tiene el sabor de las almendras amargas.

13 de noviembre de 2008

GRUTESCOS


Suelen recordar en Sevilla una curiosa anécdota que gustaba referir, no sin deleite y personales contribuciones, don Joaquín Romero Murube, que ocupó el cargo de alcaide-conservador del Alcázar sevillano allá por fines de los 40 y primeros de los 50 del pasado siglo, en ella narraba con especial facundia una ilustre visita al incomparable edificio.

Una muy bella muchacha actuaba de bailarina en un cuadro flamenco especializado en amenizar las noches de gala. Cierto día de mediados de los 40, con motivo de la visita a Sevilla de Abdullah, monarca jordano, se organizó un festejo en los jardines del antiguo palacio árabe. Contrataron a tal fin al grupo donde bailaba esa muchacha y el rey se mostró de lo más complacido por aquel ambiente tan propiamente moruno y por los vistosos agasajos que le tributaban. Parece ser que Abdullah le prestó una atención especialísima a la guapa bailarina y quiso conocerla, de modo que una vez terminada su actuación fue invitada a que acudiera a la jaima real que habían montado en los jardines. La muchacha se sentó al lado del rey moro con cara de no saber de qué iba la cosa. A través de un interprete, que traducía con fidelidad de eunuco todo lo que Abdullah le decía, la bailarina escuchó palabras que debieron sonarle a antiguas tonadillas de género procaz. Escucharía, por ejemplo, lindezas tales como que la luna se hundía en la alberca de la misma forma que una mirada dentro de otra, o que la brisa murmuraba entre las flores con aromas de requiebro, o bien que las estrellas copiaban el brillo de los ojos de los amantes. Cosas así de exquisitas. La bailarina no sabía qué cara poner, y ante el silencio que se produjo después del inspirado recital de Abdullah, contestó con una aclaración lapidaria: "Servidora no folla."

Y he pensado que tal vez algún día una escena parecida a esta pueda producirse bajo la cúpula recién decorada por Miquel Barceló que cubre la sala de la Alianza de las Civilizaciones del edificio de las Naciones Unidas.

5 de noviembre de 2008

NO SIEMPRE SE EQUIVOCAN

Hace años Kenneth Galbraith afirmó en una entrevista que una cosa que no suelen tener en cuenta los historiadores es el peso tremendo de la pura y simple tontería humana, la capacidad de provocar estragos catastróficos de la que están dotados algunos imbéciles que ocupan posiciones muy altas de responsabilidad en la política, en la economía o en la guerra. Se trata de una idea difícil de aceptar, porque es aterradora: preferimos pensar que los autores de los grandes desastres actúan empujados por un cálculo de inteligencia malvada, ya que eso nos deja pensar que en el fondo de todo hay un propósito coherente, una decisión premeditada y de algún modo invencible. Nos tranquiliza creer que quienes están muy por encima de nosotros, quienes tienen en sus manos el porvenir de nuestras vidas, están dotados, lo mismo para el bien que para el mal, de atributos intelectuales superiores. Pues no: los amos de nuestro destino, los que rigen el mundo, pueden ser mucho más tontos que nosotros, pueden cometer los disparates más dañinos no por maldad, sino por estupidez, con la mejor intención, con la convicción impávida de estar actuando en nuestro beneficio. lo peor de todo es cuando se mezclan las acciones de los tontos y de los malvados, cosa nada infrecuente en la historia.
Y esto a mi sólo me demuestra que los economistas, cuando no se dedican en exclusiva a hacernos más oscuras las materias objeto de su estudio, esto es cuando se alejan un poco de la terminología económica, no siempre tienen necesariamente que equivocarse, y como en lo anteriormente expuesto por Galbraith pueden hasta demostrar un no pequeño conocimiento de lo que es la condición humana.

2 de noviembre de 2008

DE EL MIEDO A LO SENSATO




Hay cosas que debiesen ser tan sencillas, y tan complicadas, como abrir las páginas de este librito, leerlas e interpretarlas...