4 de marzo de 2010

VERDUGOS Y VERDUGONES




Después, de la condena firme, se entrevistó con el verdugo. Éste era un hombre simpático, de familia acomodada, y rico. Había abrazado esa carrera movido por una convicción irresistible. Y se ufanaba de ser verdugo amateur, a pesar de las muchas y excelentes proposiciones que recibía a diario, dado su prestigio.

Había ganado varios campeonatos y torneos internacionales de verdugos y conservaba en una vitrina el el salón principal de su casa todos los trofeos y placas recibidos a lo largo de su limpia y dilatada carrera (había superado la mitad de la centena de años en el ejercicio de su preclaro deber y seguía en activo, ahora asistido por su hermano Raul, mucho más torpe en ciencia y apariencia).

Tenía su prestigio cimentado en la manera de tratar a sus clientes, ya que los asistía con verdadero cuidado y mimo.

En su casa podían verse infinidad de retratos dedicados de sus víctimas en el momento final. Y en todos sus rostros se observaban las muestras de regocijo que les producía un chiste o un gesto del artista.

Éste a veces, para amenizar el acto, se disfrazaba de enrredanta o de señor de uniforme de comandante, y ya mucho después de chandal, Adidas eso si, con unas enormes barbas y un habano, y entonces era para morirse de la risa.

Los condenados ricos o snobs, lo hacían venir desde donde estuviese para asistirles. Como era hombre de afable trato y muy buenas costumbres intimaba pronto con los que iban a ser sus víctimas y aprovechaban sus horas de asueto en largas y agradables conversaciones, el verdugo contaba recuerdos de su profesión, jocosísimos, era muy ocurrente, y sus historias hacían la felicidad de los reos en esos momentos previos a la ejecución.

Comentaba el verdugo que en él no hay odio ni desprecio por el reo, no le juzga (eso ya lo hizo otro), y le trata con la mayor dignidad de que es capaz.



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