Creo que vuelvo voluntariamente a ignorar el espacio temporal no dedicado a la bajeza política, en la que necesariamente (paradoja) hundimos nuestros pies siempre que maleducamos a alguna parte de los que no viendo la televisión o leyendo la prensa institucional no terminan de creerse lo en ella emitido o publicado.
Ni puedo ni quiero decidirme o elegir entre los miserables y abyectos afanes de intromisión en la privacidad y en todo ámbito que debiese serles ajeno, de los unos (regular las conductas domesticas, atentar contra la intimidad o imponer su severísimo catecismo, la tradición de la intolerante izquierda española) o la ineptitud y la estulticia de los otros (la acomplejada y beata derecha), nada de todo esto es nuevo el 8 de marzo del pasado año, también jornada de irreflexión, dije exactamente lo mismo.
Pero la mirada hacia todos ellos, los unos y los otros, al volver a casa desde el mercado, y verlos en sus nefastos dominios de paupérrimos poderes, me hace no ignorar parte de mi pasado y agradecer de forma infinita al destino y la genética que mis ancestros me hayan transferido una herencia, me parece que algo debo saber de ellas y de sus testamentarias disoluciones, para no ser uno más de esa inmensa minoría que por todos decide e intenta imponernos a todos sus aborregados criterios.
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