"El secreto de los toros reside en que es un espectáculo anacrónico. Cuando vuela un avión a reacción sobre el embudo dorado de la plaza, uno se asombra de que sean contemporáneos los hombres de arriba -tocando botones, radares, ondas hertzianas, luces parpadeantes en verde y rojo, palancas de robot, en el limite de los viajes interplanetarios- con los hombres de abajo, de verde manzana y plata, de corinto y oro, ídolos asiáticos con espada y lanza y saetas de papel rizado, entre caballos y toros, manejando la sangre en lugar de la gasolina, con la muerte allí, en el diamante de la puntilla, que desconecta al toro de la red eléctrica de la vida. O con la enfermería, entre santos óleos.
Cuando se desintegra la materia y se forma el hongo venenoso de la bomba de hidrógeno, todavía unos mozos matan con la espada como en los albores de la edad del bronce. En torno a la plaza, de esta isla primitiva de relinchos y mugidos, de esa gota de selva, de esa partícula de Génesis, rugen los claxons, las bocinas, los motores del mundo hecho por el hombre, con su fauna mecánica, con sus autos -coches amputados de caballos- con sus motocicletas con una muchacha a la grupa como recuerdo atávico de la jaca; con su biscuter, mestizaje o cruce entre el automóvil y la motocicleta.
(...) Pero a los toros los siguen arrastrando las mulillas, siempre un poco espantadas ante la cabeza muerta. Y ni una rueda gira sobre la arena porque la rueda es humana, ninguna creación divina la utiliza; sino piernas o patas, o el reptar, o las aletas, o las alas.
(...) Tenía razón aquel aficionado cuando dijo que a los toros no iba uno a divertirse (el fútbol es mucho más divertido), porque tienen de todo menos de entretenidos. El toreo es intuitivo y racional, y matar frente a frente es maravillosamente absurdo existiendo mataderos de punzón eléctrico y frigoríficos donde la carne viva se convierte en cosa acartonada.
Todo lo que en el ruedo sucede es imprevisto y deslumbrante y allí se congrega todo lo inesperado; hay en los tendidos indios turistas de Bombay, chinos miopes, y entran, volando, villanos portadores de semillas; y alguna vez planea una paloma de tendido a tendido; o se suelta un globo; y discuten, y están a punto de pegarse, un abogado y un médico por la cojera de un toro; y preside un rey o una princesa; y dos Felipes Segundos pintados por Velázquez -los alguacilillos- llevan al galope una enorme llave que no abre ninguna puerta.
En los toros se venden, astronómicamente, como en un eclipse, el sol y la sombra; y a semejanza de las rústicas cosechas, el espectáculo depende de la lluvia; de una nube que pasa.
Las gentes están tan tristes a la vuelta de los toros porque retornan a la vulgaridad, a la Civilización, a todo lo artificial y antibiológico."
Me parece de todo punto absurdo que pretendamos que una mala bestia como Josefa Medrano, delegada de participación ciudadana del Ayuntamiento de Sevilla (IU), tenga la capacidad y la sensibilidad para interpretar y comprender un texto, este o cualquier otro, y que se confié en que reprima sus bajos instintos totalitarios, les vienen de larga tradición, ahora al menos se limitan a negar el uso de un local ya no envían a sus emisarios cargados de plomo.
"Gordo, con mucha niñez aún palpitante en el recuerdo. Poético, pero glotón. Con el corazón en el pasado y la cabeza en el futuro. Bastante simpático, abúlico, viajero, desaliñado en el vestir, partidario del amor, taurófilo, madrileño con sangre catalana." Así se retrató Agustín de Foxá, del que he preferido rescatar este artículo publicado en ABC en 1957, dos años antes de su muerte de la que ahora se cumplen 50 años, que cualquier párrafo de su maravillosa, y por casi todos conocida, novela "Madrid de corte a checa". Zambra y revuelo en la cacharrería del Ateneo, aunque a los rojos les joda.