30 de enero de 2009

EL JUEVES


No, no voy a referirme a la casi olvidada publicación satírica a la que hace alrededor de un año se encargaron de resucitar los medios supuestamente monárquicos con la inestimable ayuda de algún juez, no.

Ayer,después de mucho tiempo, volví a Sevilla. Entramos a ella de mañana por la Puerta Osario y dirigí nuestros pasos hacia la calle Feria, quería ver un mercado que me evoca recuerdos de la infancia y largas caminatas de la mano de mi padre, nada queda ya de aquello, es inútil, lo sé, remover el pasado.

Después de un entreacto mis pies pisan de nuevo esas estrechas calles que forman el paisaje del recuerdo. Pasé por Puñorostro, por San Julián, la Hiniesta, caminamos despacio por la calle san Luis, nos detuvimos a admirar la barroca fachada coronada por el Arcángel, se nos abrió delante la plaza del Pumarejo, llegamos a san Gil y de allí a las murallas, entramos un instante a ver a la Macarena, al salir, desde el arco, miramos desde lejos la mole impresionante del enorme hospital de Juan de Herrera y directos a Feria, donde como ya dije apenas queda nada. Bueno, nada como yo lo archivo en mi memoria, pues ahí estaba el mercado, más allá Omnium Sanctorum y al fondo, ya al final, vimos ante nosotros la verja de la puerta de san Juan de la Palma.

Y era allí precisamente donde quería llegar, a la adusta fachada de la Casa de los Artistas. No se sabe muy bien si la Casa de los Artistas era el comienzo o el final del mercado del Jueves, si de ella salían los tenderetes de compraventa o si el bullicio de la calle Feria terminaba expandiendo sus cachivaches a través el amplio apeadero de esa preciosa casa.

La sobria y aristocrática portada enmarcaba (hablo de mi niñez) una popular y populosa callecita interior repleta de pequeñas y modestas edificaciones que nacieron tan espontáneamente como los jaramagos y los gatos. Esa puerta se abre ahora al vacío, sin artistas ni artesanos, sin sus anticuarios, sin el estudio de Buiza el escultor, con su olor a madera, las virutas saltando de la gubia, con parejas de dolientes manos colgando por las paredes, con el bloque de barro sobre un torno y tapado con un paño húmedo que dejaba entrever los rizos de una barba o una melena, con el suelo inundado de colillas, con las voces profundas y los largos silencios...

Esa casa tenía lo que Sevilla le daba, era Sevilla, esa otra Sevilla que no está en los carteles, esa Sevilla oculta cantada por poetas, esa en la que el paisaje no escupe al paisanaje, esa que por humilde es la más orgullosa, esa que no se muestra, que juega al escondite. Pues bien se pasaban las puertas de esa Casa, se pisaban las lozas de Tarifa y los chinos brillantes del tapiz del suelo de su patio, se imaginaba uno aquella escalera antes de que el maltrato la humillara (ha desaparecido), y era un lugar abierto, nadie cortaba el paso, no había guardas jurados ni azafatas pidiéndote una entrada.

Fundada por Gonzalo Arias de Saavedra, de la casa de los condes de Castellar, sus escudos teñían los alfarjes casi reventados de las estancias señoriales, más señoriales si cabe en su lento deterioro. El escudo que preside el balcón sobre la entrada, la casi gótica portada de fines del siglo XIV, canta su barroquísimo estilo del XVIII cuando el marqués de Torrenueva la compró. Pero con el paso de los años subsistió, como otras muchas casas palaciegas, adaptada a patio de vecindad, antojo de artesanos y artistas que tuvieron allí sus estudios. Sus últimos propietarios particulares fueron los Sanchez-Dalp de los que también tuve algunas noticias durante mi infancia a través de una tia-abuela mia que ejerció de autentica abuela durante mi niñez y la de mis hermanos.

Dejamos aquellas calles a nuestra espalda y salimos despacio hacia la Encarnación, sobre el solar que ocupó el famoso mercado (otro mercado, el trueque de la vida) comienza a levantarse una monstruosa y desacorde estructura, desacorde hasta con el cercano e infame Colegio de Arquitectos de Sevilla, numerosos carteles se encargan de definir aquello como "El Sueño De Sevilla", yo, quizás ayer especialmente melancólico, no pude más que tomar la mano de mi compañera y acompañante y decir: ¡Que pesadilla!

1 comentario:

Jaime Garcigonzález dijo...

Sevilla tuvo que ser...¿o no lo ssssabe iá?