28 de mayo de 2009

LEJANO


Puede que los cuentos que James Salter reune en "La última noche" rocen, para algunos, la perfección. No voy yo a negarle que posee una sabia percepción de la profundidad de la vida, es casi nonagenario, y creo que se nota en su escritura, y tal vez sea el paso de tantos años sobre él lo que a mi me lo muestra de un correcto pero frío estoicismo en el tema que lo obsesiona, que naturalmente lo obsesiona, y es ya, o ha sido siempre, su único tema: los desengaños y la devastación del amor.

Nos dijeron que en la ficción de Salter el paraíso siempre está perdido de antemano, hasta ahí sensatez. Que sus personajes vagan, beben, tropiezan, se hunden, pecan y tientan a los demás para que pequen, lógico. Pero algo de lo que no me avisaron, y es donde yo creo que más se acerca o al menos más a mi me llega, es en que cuanto más se sumergen (sus protagonistas) en sus pozos de amargura más revive en ellos y más persiste el recuerdo de tiempos mejores, y eso es para mi lo que mejor nos cuenta. Se ha celebrado mucho el relato que da titulo a la colección pero para mi el mejor es "Arlington", la cruda descripción del entierro del militar (él fue militar y participó en la guerra de Corea) es lo que me ha quedado de este libro.

Hay quienes han llegado a compararlo con Hemingway y con Scott Fizgerald, a quienes admiraba, en mi opinión toma y se acerca más al primero, ambos (Ernest y James) eran periodistas. Su economía redactora, de asombrosa concreción, puede que tenga ahí su origen.

Tal vez si vuelvo a leer este libro dentro de cuarenta años, él y yo seremos otros, me cuente y desvele cosas que ahora ignoro o solo puedo intuir, quizás.

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