16 de febrero de 2008

HUMILDES PREJUICIOS (INTENTOS DE JUSTIFICACIÓN DE LA CHAPUZA CONSCIENTE)

Delacroix solía decir que hay dos cosas que la experiencia debe aprender: la primera es que hay que corregir mucho; la segunda que no hay que corregir demasiado.
Me educaron sobre un principio del que pudiese (y tal vez debería) haber aprendido que no se debe prejuzgar a las personas, y después de que el tiempo y los fracasos me hayan reiterado lo inútil y equivocado de mis prejuicios, la experiencia no ha conseguido corregirme.
De la misma forma abrupta en la que clasifico (las más de las veces injustamente) a mis congéneres en el primero de los encuentros, pues con igual indelicadeza y sin reprimir el impulso me expreso cuando siento la necesidad de decir algo, y lo digo. Lanzo la idea como el que escupe y una vez fuera y lejos la saliva siento poco interés en hacerle un minucioso análisis, no me pongo a elegir, recortar, cambiar, pulir, suavizar o barnizar cada una de las palabras. Si tuvo precisión la tuvo.
Así hay en este tendedero los trapos que están colgados, impulsos, salivazos, cardos y por que no (al fin y al cabo esto es un jardín) alguna que otra rosa sin tocar ni enmendar, la fuerza de un dictado casual y sorprendente, que unido a la desgana y la indolencia así las deja. Y todo esto se une a unas gallegas gotas de mi sangre que muy suave susurran: "A lo que salga llámale Manoliño."

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