6 de mayo de 2008

YA ESTÁN AQUÍ...

Detrás del casi seco jaramago, el mismo en que se posan y se cantan, lo picotean y se picotean, se cortejan y estallan en colores otra vez la pareja de jilgueros, ayer timidamente, de nuevo y la primera en esta temporada, saliendo de su grieta la observé disponerse a solearse, ya ha despertado, ya podré detener mi mirada en ver sus cacerías a la luz del farol, simpática y traviesa, mi buena amiga y suave insecticida, la salamanquesa.
Y un poco más allá de mi ventana en un hueco del fuerte contrafuerte, que aguanta el ábside del templo del león, los pollos del cernícalo le esperan, asoman, pian, pelean por colocarse los primeros a recibir el puntual alimento que en idas y venidas le ofrece la pareja de bellas, fuertes y pequeñas rapaces.
Y todas estas cosas alegran mis mañanas al mirar hacia afuera desde esta ventanita que se asoma discreta a la calle la Paz. Más al sur, a pleno mediodía, a la torre del Carmen, de cuando en vez, se acerca la cigüeña.
Pero no todo es bello, no es poesía, y a mitad de camino entre uno y otro templo, el del evangelista y el de los seguidores de Teresa y de Juan de la Cruz, se alza en su indecencia una grúa de color amarillo en la que sin remedio se posan las gaviotas, su vista y sus graznidos me hacen bajar persianas y recoger cortinas.
Otra vez solo, los libros, los papeles y de repente el timbre del teléfono que suena y a su lado en la mesa en el pequeño tiesto que cubre su maceta, del centro, del cogollo de sus carnosas y peludas hojas, abriéndose incipiente la violeta africana, si aquella misma que al lado de mi cama y junto a otra ventana vi en Cádiz florecer, pero entonces y allí los amarillos picos, los blanquinegros vuelos, las patas palmeadas no molestaban tanto, estaba junto al mar, a las puertas del mismo, a las puertas del mar.
Lagartijas, cernícalos, africanas violetas, equivocadas gaviotas y ese teléfono no para, no deja de sonar. ¿Se imaginan ustedes quién puede estar llamando?

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