4 de agosto de 2007

FUEGOS

Ante el cíclico problema de los incendios forestales, complicado y difícil, nuestras autoridades, como en todo lo demás, no parecen tener las ideas demasiado claras, y lo que es peor, cada vez que se produce una catástrofe en nuestros montes asistimos atónitos a una más de las ceremonias de la confusión a las que nos tienen acostumbrados. Sin unos claros planes de actuación para casos de emergencias, las distintas administraciones, locales, autonómicas y nacionales, en lugar de aunar criterios y esfuerzos en busca de las posibles soluciones, se precipitan en una absurda e infantil cascada de reproches y mutuas acusaciones, como si lo importante para ellos fuese exculpar al poder que representan y no el intentar aminorar en lo posible las repercusiones devastadoras de los incendios. Ignorando en la mayor parte de estos casos que las tragedias sobrepasan con mucho el ámbito meramente económico y aparte del costo que representan en vidas humanas modifican de forma negativa el futuro de las venideras generaciones de las zonas afectadas.
Nos condicionan y nos impiden avanzar de forma racional las ideas, equivocadas pero imperantes, que sacralizan el monte, al monte no se le puede tocar ni para realizar las tareas de limpieza que también conocen los que viven y disfrutan (sacan frutos) ese medio y a los que se les impide llevarlas a cabo mediante trabas burocráticas impuestas por gente urbana, con hábitos urbanos en el entorno rural (con formaciones académicas que en muchos casos fueron soluciones para los bosques escandinavos y del Canadá y no para las masas forestales mediterráneas). Porque al monte, como bien saben los que en él viven, hay que tenerle respeto y no veneración. La mejor forma de proteger el monte es devolverlo a sus usos y explotaciones tradicionales, su gestión y aprovechamiento, el fin que tuvo desde siempre.
Pregunten en pueblos de Soria como Casarejos, Navaleno, Cabrejas del pinar, Salduero, Vinuesa o tantos otros donde los vecinos reciben anualmente los beneficios de la explotación de sus pinos, la resina, la leña, la saca ordenada de madera, preguntenles si alguno de ellos quemaría sus montes, pues realmente son suyos, o si permitirían que otros lo hiciesen. ¿Cuantos fuegos hay al año por esas tierras a las que Machado llamó de Alvargonzalez? La Laguna Negra no tiene ese color por las cenizas de los fuegos de verano.

2 comentarios:

Jaime Garcigonzález dijo...

Es que poner a un "urbanita"a gestionar y dirigir tareas propias de"gente de campo"es un despropósito en contra del sentido común,por muchas titulaciones que tenga el "urbanita"y por muy bruta que pueda parecer la"gente del campo".Es más,me sé una historia de un calvo con gafas y corbata naranja que quiso sacarse una foto abrazado a una famosa y suave vaquita,cuando apareció el toro y...

Pericoteo dijo...

Y algún calabrés que terminó rescatando a la vaquita, quemandola con ardor la libró del fuego, del calvo dicen que sólo quedó la anaranjada corbata con pegajosos restos(analizados por el C.S.I. todo parece indicar que proceden de un apasionado momento íntimo con el toro). las gafas las tiñeron con betún y se las pusieron a la estatua de una cantaora en la Puebla.