9 de junio de 2007

La Alameda vieja

Suelo acercarme todos los domingos a dar una vuelta por el mercadillo de la Alameda Vieja, me resulta muy agradable el ambiente mañanero en ese bello enclave jerezano, sonreír socarronamente ante las curiosidades expuestas en los puestos de los chamarileros y sobre todo trastear entre los montones de libros viejos, lo que tiene su riesgo pues siempre se vuelve con algo mas de peso añadido al de la prensa dominical.
Como iba diciendo el pasado domingo, último de este invierno, pero que en el mediodía jerezano invitaba a tomar la carretera hacia las playas del Puerto que desde esa terraza que es la Alameda se podía divisar, pues la temperatura era no ya primaveral, sino mas bien veraniega. La Banda Municipal tocaba en el quiosco de música temas de películas de cine y en el patio del Alcázar había un espectáculo de marionetas, todo muy ameno y complaciente.
Cuando ya me retiraba con algún librito bajo el brazo camino de la plaza de Monti y poco antes de llegar a lo que fue el teatro Eslava contemple una escena que me llamó poderosamente la atención. Charlaban tres jóvenes parejas rodeadas de un grupo de chavales que correteaban a su alrededor, dos de los críos de edades que les calcule entre los 8 y 10 años se apartaron un poco del grupo y se dirigieron hacia un monolito que hace poco por allí colocaron, he de decir que todo el grupo los mayores y los niños lucían pegatinas con el "No a la Guerra". Los dos niños que se habían distanciado del grupo estaban leyendo la inscripción grabada en el monolito, se daban codazos y señalaban la piedra, uno de ellos le despego de la camiseta la pegatina al otro y la puso sobre la palabra "Guerra" impresa en el monumento. En ese momento uno de los adultos que iba con ellos les reprendió lo que estaban haciendo, de lo que los críos se desentendieron saltando, correteando y gritando repetidamente "No a la Guerra, No a la Guerra..."
Humilde lección la que recibí de esos pequeñajos la otra mañana, la de lo que debiese ser la Paz, la Piedad y el Perdón. A todos nos convendría una dosis de inocencia y sencillez.
Pedro Antonio Oteo Barranco








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